miércoles, 20 de mayo de 2015

RÍO NILO. IV

Todos hemos sentido inquietud en alguna ocasión, cuando intentando concebir la inmensidad del tiempo, hemos retrocedido en nuestra mente siglos, milenios atrás. Este ejercicio produce vértigo, una extraña sensación; cuando nos asomamos a la profundidad del pasado nos sentimos perdidos.
El tiempo pasa y unas cosas aparecen y otras desaparecen en una secuencia sin aparente fin; si hay algo seguro es que todo es perecedero.
Pero hubo una civilización que pretendió desafiar al tiempo, permanecer eternamente, ser inmutable; el tiempo podía ser inmenso, inabarcable, y sin embargo, aquellos humanos serían sus amos, lo tendrían sometido. Nos referimos a la civilización egipcia.
Los egipcios creían que los comienzos de su civilización se remontaban al mismísimo origen del tiempo, zep tepi lo llamaban; la Historia del mundo era la Historia de Egipto, ambas se confundían. Aún así, eran conscientes de la dificultad de recordar los orígenes de su civilización; era un tiempo demasiado lejano y muchas cosas se habían olvidado. Se habían recogido unas listas de reyes, que al menos llegaban hasta 3.000 a. C., pero el recuerdo de los acontecimientos anteriores a este tiempo era confuso, poco preciso y mítico. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que los egipcios, que creían pertenecer a una civilización eterna, desconocían el origen de la misma.

Desiertos del Sahara, Libia y Egipto.

Hace 11.000 años los hielos de la última glaciación retrocedieron en todo el planeta y esto trajo consigo una serie de cambios climáticos que afectaron de diversa forma a las distintas zonas del mundo.
En África, la franja territorial del clima tropical húmedo se ensanchó considerablemente, debido a lo cual, en lo que hoy en día son los desiertos del Sahara, Libia y Egipto se estableció un régimen de precipitaciones caracterizado por una estación seca y otra lluviosa. Durante ésta última, las precipitaciones eran abundantes, permitiendo la existencia de una vegetación herbácea, salpicada de bosquecillos y zonas de matorral. Una variada fauna de herbívoros se alimentaba de esta masa vegetal; abundaban las gacelas, los antílopes, los asnos salvajes, las jirafas y los elefantes. En las pinturas rupestres del macizo sahariano de Tassili N,ajjer han quedado bellos testimonios de aquella diversa fauna.

 Pinturas rupestres de Tassili N,ajjer, Argelia.

5.000 años a. C. el Norte de África estaba habitado  por comunidades de ganaderos y agricultores que aprovechaban los recursos naturales de aquella inmensa sabana; esto también está representado en las pinturas de Tassili N,ajjer.

             Pintura rupestre de Tassili N,ajjer, Argelia.

En estas pinturas puede verse a ganaderos de vacuno que complementan su alimentación con la caza de cabras y antílopes. La hierba era, sin duda, el recurso más abundante en aquel medio, que en absoluto podía calificarse de seco. Dado que el Norte de África es abundante en zonas de endorreismo, las lagunas y zonas pantanosas eran habituales en todo el territorio, contribuyendo este fenómeno a la abundancia de recursos hídricos que eran aprovechados por aquellos pobladores.
Sin embargo, las condiciones climáticas volvieron a cambiar en aquella época; aproximadamente en 5.000 a. C., la franja climática del tropical húmedo comenzó a estrecharse de nuevo y la estación de las lluvias se redujo paulatinamente, de manera que cada vez era más corta y traía menos precipitaciones. Los pastos fueron desapareciendo poco a poco y los reemplazó una reseca estepa primero y después el desierto.
Las comunidades humanas sometidas a este proceso de cambio climático afrontaron como pudieron lo que cada vez se parecía más a una catástrofe. En el VI milenio a. C. unas comunidades de ganaderos y agricultores asentados a unos 100 km al Oeste de Abú Simbel parecían ya muy preocupados por saber el momento exacto de la llegada de la estación de las lluvias. Vivían en un lugar conocido como Playa Nabta, donde las aguas de lluvia formaban una laguna. No obstante, si las lluvias se retrasaban o no llegaban, la comunidad entera se encontraba al borde del hambre; tan delicado era el equilibrio con el medio.
Hoy en día Paya Nabta es un feroz desierto, pero en aquel tiempo albergaba una numerosa población que intentaba adaptarse a un clima cada vez más seco. Para saber cual era el momento exacto de la llegada de las lluvias, construyeron un calendario formado por un círculo de piedras en cuyo interior se dispusieron otras alineadas que señalaban los solsticios y los equinoccios.

                   Círculo de piedras de Playa Nabta.

Todos los esfuerzos de los habitantes de Playa Nabta para sobrevivir en aquel lugar fueron inútiles, porque el desierto continuó avanzando año tras año. Entre 5.000 y 4.000 a. C. la inmensa mayoría de las comunidades que vivían en el Sahara se vieron obligadas a abandonar la zona; unos emigraron hacia el Norte, hacia la costa del Mediterráneo, donde el clima era más húmedo y permitía la agricultura de los cereales; otros emigraron hacia el Sur, hacia el Sahel, donde la estación de las lluvias todavía permitía el crecimiento de pastos para el ganado; y otros muchos emigraron hacia las orillas del río Nilo.



A finales del VI milenio ya había población asentada el el Bajo Egipto; es decir, los asentamientos comenzaron antes del proceso de desertización del Norte de África. En el Fayum, al Oeste de el Cairo, se establecieron grupos de agricultores y ganaderos junto al lago Birket Qarun, del cual aprovechaban los recursos pesqueros.
También en el Delta y cerca de el Fayum se han hallado poblados compuestos por cabañas ovales cuyos habitantes criaban vacas, ovejas, cabras y cerdos; además, cazaban hipopótamos y cocodrilos.
A comienzos del IV milenio la población establecida a orillas del Nilo era numerosa; procedente en gran parte de las zonas desérticas del Sahara y Libia; aunque también se registra un flujo de inmigrantes procedentes del Sinaí y Siria. En Naqada, al Norte de Luxor, en el Alto Egipto, se desarrolló una cultura de agricultores y ganaderos que políticamente se organizó en estados gobernados por reyes hacia 3.500 a. C. También por las mismas fechas aparecen los primeros Estados en el Bajo Egipto; todos ellos son pequeños territorialmente hablando y, por lo que parece, a menudo se encuentran en guerra entre sí.
En el cuchillo de sílex y mango de marfil encontrado en Djebel-el-Arak (colección de Louvre), Alto Egipto, puede verse una decoración que representa una enconada lucha entre dos pueblos; parte del combate se desarrolla en el río, donde flotan unas barcas. En la cara opuesta del mango se representa a un rey poderoso que domina a dos leones.

                                Cuchillo de sílex de Djebel-el-Arak.

Sin duda, la guerra entre las distintas comunidades asentadas a orillas del Nilo fue una de las razones de la aparición de estos reyes guerreros, cuyas principales cualidades eran el valor y la fuerza. Estos reyes gustaban de ser representados como grandes vencedores; así lo vemos en la paleta ritual de tocador denominada Paleta de la Caza del León, donde el rey, armado con arco, abate a un león, acompañado de un séquito de guerreros con cola de chacal; aunque aparentemente parezca una escena de caza se trata de una escena política y militar, en la que aparece una coalición de varios pueblos, cuyos símbolos totémicos, el ibex, el avestruz, la cabra, el ciervo y el chacal, desfilan entre las dos hileras de soldados; el león vencido representa probablemente a un príncipe de la ciudad de Menfis.


Paleta de la Caza del León.

Estas paletas de tocador, talladas en pizarra y lutolita, y de carácter conmemorativo, eran utilizadas en las ceremonias por aquellos reyes de IV milenio, y en todas se representan los animales totémicos de aquellos pequeños reinos. En otra, conocida como Paleta del León Vencedor (Museo Británico, Londres), el mismo león, con la ayuda de los alcones, derrota a unos guerreros desnudos y chupa la sangre de uno que probablemente debe ser el jefe.

                     Paleta del León Vencedor.

En otra paleta conocida como Toro del Gran Poder (colección del Louvre), procedente de Abydos, el totem del toro del gran poder, título que más tarde adoptaron los faraones, cornea a un enemigo, mientras en la parte inferior puede verse una ciudad amurallada cuyo símbolo es el león, que inicia el inventario de los pueblos conquistados; en la otra cara están representados los estandartes de los aliados del Toro que poseen brazos que agarran la cuerda con la que cautivan a los enemigos.

                Paleta del Toro del Gran Poder.

Estos príncipes del Alto y el Bajo Egipto dirigen sus pequeños reinos durante la etapa final del período denominado Predinástico, que abarca desde comienzos del IV milenio hasta 3.100 a. C. aproximadamente. Este es el período en el que se introduce en Egipto la metalurgia del cobre, procedente de Asia con probabilidad.
Pero, no solo la guerra entregó el poder a estos príncipes del Nilo; también lo hizo el deseo de aumentar la producción. Desde comienzos del IV milenio la población aumentó considerablemente a orillas del río; muchos pastores nómadas se habían establecido recientemente junto a aquella fuente de agua. Por otra parte, a mediados del IV milenio aparecieron grupos sociales que no producían alimentos; eran metalúrgicos, alfareros, canteros, panaderos, comerciantes, sacerdotes, administradores del palacio y profesionales de la guerra; a todos ellos había que alimentarlos, y para eso era necesario aumentar la producción agrícola. Además, los cereales y las legumbres eran el único recurso abundante en Egipto para ser intercambiado por materias primas que escaseaban; sobre todo la madera.
El problema era que las orillas del Nilo por sí mismas no eran favorables a la agricultura; estaban ocupadas en buena parte por pantanos y lagunas; la maleza era espesa y en ella habitaban animales feroces, como el hipopótamo, el cocodrilo y el león. El río Nilo se desbordaba todos los años a finales del verano como consecuencia de la estación de las lluvias en África central, y la inundación era catastrófica para los campos si no se la controlaba adecuadamente.
Así, las poblaciones establecidas a orillas del río debieron desbrozar la maleza y ahuyentar a los animales salvajes primero; después debieron desecar los humedales y construir diques y canales para controlar la inundación. Para organizar y dirigir estas grandes obras surgieron caudillos que poco a poco fueron acumulando un poder que pronto legitimaron gracias a las creencias religiosas; las buenas o malas cosechas se vincularon muy pronto a la capacidad de aquellos reyes para establecer vínculos con los dioses y restablecer el equilibrio en el mundo cuando este amenazaba ser roto por las fuerzas destructoras de la naturaleza. El rey, por tanto, era una especie de guerrero místico, que vencía a todos los peligros gracias al favor de la divinidad.
Desde un principio, antes aún del IV milenio, los pobladores del Nilo se dedicaron a observar el Nilo; de esta forma, dividieron el año en tres estaciones:

  1. Ajet. Estación de la Inundación. Finales del verano y otoño.
  2. Peret. Estación de la Siembra. Invierno y principio de la primavera.
  3. Shemu. Estación de la Recolección. Finales de la primavera y principios del verano.
Para saber con exactitud cuando comenzaría la inundación, los egipcios estudiaron el lugar que ocupaba el Sol en el cielo cada día, situando el día exacto el 29 de agosto, fecha en la que debía estar terminada la recolección y los diques y canales preparados.
El Nilo, no solo regaba los campos, sino que también depositaba un fino limo muy rico en nutrientes que abonaba la tierra. De esta forma, una vez controlada la inundación, los campos de Egipto proporcionaban abundantes cosechas; era la tierra más fértil jamás conocida.

Campos del delta del Nilo.

Aquellos reyes de finales del período Predinástico aparecieron ante todos como los únicos que podían interceder para que la inundación no fuese ni escasa ni excesiva; si no era moderada, sobre Egipto se cernía el hambre y la muerte. Pero también ellos fueron los encargados de guardar los excedentes de los años de bonanza para administrarlos sabiamente y redistribuirlos en los años de escasez; mantenían un equilibrio que a menudo era precario.
Hacia 3.500 a. C. destacaban dos grandes centros urbanos a orillas del Nilo; en el Bajo Egipto, la ciudad de Buto; en el Alto Egipto, la ciudad de Nejen, llamada Hierakompolis por los griegos.



En Hierakompolis había un templo donde se le ofrecían sacrificios de animales a Horus, el dios halcón. El templo estaba construido con pilares de madera importada, y la ciudad era conocida como ciudad del halcón.

Templo de Horus en Hierakompolis.


                 Maqueta del templo predinástico de Horus en Hierakompolis.

Hierakompolis era con seguridad la ciudad más importante a orillas del Nilo hacia 3.500 a. C.; en ella vivían una gran cantidad de artesanos y participaba en el comercio de larga distancia a través de rutas que la comunicaban con el Delta y Asia. Hacia 3.250 a. C. aproximadamente, en Hierakompolis había un rey que había conseguido ya identificarse con Horus, el dios halcón. Sabemos que este rey era conocido como Horus Escorpión y que se encargaba de organizar los grandes proyectos para la mejora de la irrigación como puede verse en una maza votiva que fue encontrada en un depósito del templo de Horus de Hierakompolis, reconstruido por Tutmosis III.

                Maza del Rey Escorpión.

En la maza votiva de piedra caliza puede verse al rey Escorpión tocado con la corona del Alto Egipto, portando el rabo de toro y empuñando una azada, con la que se dispone a hacer la apertura ritual de un canal; su nombre aparece frente a su rostro en la forma de un escorpión. En la parte superior de la maza aparecen unas pértigas que representan a los pueblos vencidos por el rey.
Que Escorpión era rey en Hierakompolis hacia 3.250 a. C. es algo de lo que no cabe duda, pero su reino abarcaba un territorio más amplio, pues también incluía la ciudad de Abydos, situada más al Norte. En Abydos también se rendía culto a Horus, el dios halcón y a su padre Osiris, que según el mito fue rey de Abydos en los tiempos en que los dioses gobernaron en Egipto. Sea como fuere, Horus era el dios tutelar de ambas ciudades, y esto puede indicar que la relación entre ellas era ya antigua en tiempos del rey Horus Escorpión.

                            Estela del faraón Djet (serpiente), I dinastía. Horus sobre la ciudad de Abydos.

No sabemos si Horus Escorpión fue rey desde un principio de Abydos e Hierakompolis, o partiendo de una de las dos, se adueñó más tarde de la otra. En todo caso, era un rey guerrero que consiguió someter todo el Alto Egipto. La conquista que lo elevó a la supremacía sobre toda la región fue la de la ciudad de Naqada, situada en el centro de una gran curva del curso del Nilo en el Alto Egipto; Abydos se encuentra en el sector Norte de esta curva, mientras que Hierakompolis está más al Sur.


Naqada era un importante centro comercial que controlaba varias rutas que convergían en la zona. Escorpión debió bajar desde Abydos y atravesar el desierto hasta Naqada, actuando con las dotes propias de un gran general. En un lugar del desierto cercano a Naqada, Escorpión ordenó hacer unas inscripciones conmemorativas de su gran victoria; el lugar es conocido con el nombre de Gebel Tjauti. Estas inscripciones conmemorativas, llamadas por los arqueólogos Retablo de Horus Escorpión, están grabadas en un abrigo de la montaña del desierto, y representan en una primera escena al halcón sobre el escorpión, símbolo del rey victorioso.

                  Reproducción gráfica del Retablo de Horus Escorpión.

A la izquierda de estos símbolos, puede verse a un sacerdote participando en una procesión religiosa.

                       Ceremonia religiosa del Retablo de Horus Escorpión.

Más a la izquierda aún aparece el rey empuñando una maza y sujetando a un cautivo con una cuerda; imagen que precede iconográficamente a la del rey Narmer en su paleta votiva.

  Horus Escorpión con maza y cautivo.

Junto al cautivo se ve un símbolo que lo identifica, la cabeza de un toro, que con probabilidad se refiere al rey de Naqada.
Con aquella gran victoria, Escorpión se convirtió en el rey más poderoso del Alto Egipto y cobraba tributos a todos los habitantes de este país. Estos tributos eran almacenados en un palacio de ladrillo que construyó en Hierakompolis; el edificio era de gran tamaño y poseía numerosas habitaciones.

                  Reconstrucción del palacio de Hierakompolis hacia 3.250 a. C.

Para llevar la contabilidad de todos los tributos que recaudaba en su extenso reino, Horus Escorpión se vio obligado a crear un sistema de símbolos, gracias al cual podía saber de dónde procedía y quién había tributado cada producto almacenado. Sabemos que esto fue así gracias al hallazgo de la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

                  Tumba de Horus Escorpión en Abydos.

No sabemos por qué causa Horus Escorpión decidió enterrarse en Abydos, lo cierto es que muchos otros lo imitaron después durante el período Predinástico y durante la I Dinastía. La tumba, que consiste en una gran fosa rectangular revestida de ladrillo, está provista de tabiques interiores que limitan doce habitáculos que se comunican entre sí a través de rendijas a modo estrechas puertas. Toda la construcción era una réplica del palacio real, y la intención de esta obra fue que sirviese de morada eterna para el difunto. Fue tapada después con un túmulo de tierra, y se convirtió en el modelo de tumba de los siguientes reyes del Egipto Predinástico; con la misma estructura se construyeron después las tumbas de mastaba, que pasando el tiempo dieron lugar a las pirámides.
El ajuar de la tumba de Horus Escorpión debió ser muy rico, pero ya fue saqueado en la antigüedad; no obstante, cuando fue excavada la tumba por el arqueólogo alemán Günter Dreyer, se encontraron muchos objetos que aún permanecían en el mismo lugar donde fueron depositados. En una de las salas se guardaban cientos de vasijas de importación, procedentes de Siria, que en su día contuvieron vino, aceite y grano para la vida de ultratumba del rey. En otras vasijas aparece dibujado el símbolo del escorpión, identificando al propietario de la tumba. Este símbolo demuestra inequívocamente que el rey Escorpión gobernó en el Alto Egipto hace 5.250 años; también queda demostrado que existían relaciones comerciales entre el Nilo y Siria en aquella lejana época.


Vasija encontrada en la tumba de Horus Escorpión en Abydos.


Otro objeto que se encontró en la tumba fue un cetro de marfil con forma de cayado, bastón que utilizan habitualmente los pastores y que sería uno de los símbolos del poder de los faraones durante toda la Historia de Egipto. La identificación del rey con el pastor se basa en un paralelismo entre ambos; de la misma manera que el pastor protege y conduce el ganado hasta el agua y el pasto, el rey protege y conduce al pueblo hacia la prosperidad.

                 Cetro encontrado en la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

Efectivamente, hacia 3.250 a. C. un rey que dominaba todo el Alto Egipto se había identificado con los principales símbolos de los faraones posteriores; se tocaba con la corona blanca, empuñaba la maza de piedra contra los enemigos vencidos, había adoptado el nombre del dios Horus y se mostraba ante todos con el cetro en forma de cayado.
Pero, lo más sorprendente que llevó a cabo aquel rey fue crear una administración capaz de llevar la contabilidad del Estado y elaborar documentos que certificasen los asuntos. En la tumba de Abydos se encontraron 160 tablillas de hueso y marfil del tamaño de un sello postal con imágenes grabadas y un agujero para pasar a través de él un cordón que permitiese atarlas a objetos diversos. Estas tablillas serían etiquetas donde estuviese anotada la procedencia de las cajas o vasijas a las que iban atadas. Diciéndolo de otro modo, las tablillas eran etiquetas que informaban sobre la procedencia de los tributos que eran entregados al rey; es decir, quién los entregaba y de donde venían.

                Etiquetas de la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

Los símbolos de estas etiquetas son el primer ejemplo de escritura jeroglífica del que tenemos noticia y suponen un código en el cual cada imagen significa un concepto o una sílaba que componen palabras o grupos de palabras con significado. Por ejemplo, la siguiente etiqueta, donde se representa a un elefante en las montañas, tiene un valor fonético equivalente a la palabra Abydos.

                 Etiqueta de la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

Los resultados del C-14 para estas etiquetas dan una fecha alrededor de 3.250 a. C. En aquel lejano tiempo ya había un rey que cobraba tributos en todo el Alto Egipto, como puede comprobarse en lo que dicen aquellos primeros símbolos jeroglíficos. Unos funcionarios reales se encargaron de establecer este código y cuidar de que se utilizase adecuadamente para llevar una contabilidad eficaz.
En el depósito del templo de Hierakompolis, restaurado en el Imperio Nuevo, junto a la maza votiva de Horus Escorpión se encontró otro objeto ritual que perteneció a otro rey, Narmer. El objeto consistía en una paleta de tocador de pizarra, ricamente esculpida con unas escenas que recuerdan claramente a las del retablo de Horus Escorpión.
En una de las caras puede verse al rey en una imagen clásica empuñando la maza y disponiéndose a descargarla sobre la cabeza de un enemigo arrodillado; tras él, la curiosa imagen de un sirviente que lleva al rey el calzado y un botijo, exacto a los que se fabrican hoy en día en España. Sobre el vencido puede verse al halcón de Horus que lleva cautivo por la nariz a un prisionero del que brotan plantas de papiro, símbolo del Bajo Egipto; en la banda de abajo están representados los enemigos muertos en la batalla.
Esta cara de la paleta ha sido interpretada como la conmemoración de una gran batalla en la cual Narmer salió victorioso y que le permitió conquistar el Bajo Egipto; según esto, Narmer sería el unificador de los dos reinos y el primer faraón de Egipto.

               Paleta de Narmer.

En la cara opuesta de la paleta pueden verse en el centro dos leones con los cuellos enlazados y sujetados por cuerdas, que parecen simbolizar la unión de los dos reinos, el Bajo y el Alto Egipto. Por encima, aparece el rey ciñendo la corona roja del Bajo Egipto y participando en una procesión donde desfilan varios estandartes; frente a él están representados los vencidos, que han sido decapitados. En la banda de abajo aparece un símbolo que ya era un clásico en tiempos de Narmer, el toro cornea al enemigo.

            Paleta de Narmer.

Narmer se enterró muy cerca de Horus Escorpión, en Abydos, en un lugar que hoy es conocido como Umm el-Qaab, que significa "la madre de las vasijas" por la enorme cantidad de restos de cerámica que allí se encuentran.


                        Tumba de Narmer.

En Umm el-Qaab se enterraron varios reyes del período Predinástico y algunos más de la I Dinastía; todos ellos construyeron tumbas que seguían el esquema de Horus Escorpión; una fosa revestida de ladrillo en la que puede haber varias habitaciones separadas por tabiques. En los alrededores de la tumba de Narmer se encontró una etiqueta de marfil, semejante a las que se hallaron en la tumba de Horus Escorpión; su utilidad también era la de ser un recibo de tributos entregados por los diferentes territorios del reino. En este caso, en la etiqueta se había grabado una escena muy parecida a la de la Paleta de Narmer. Es evidente que en esta etiqueta concreta se quiso registrar el año en el que se pagó el tributo, y la forma de indicarlo fue representar un acontecimiento importante que ocurrió justamente en aquel año.


                          Etiqueta de Narmer.

La etiqueta representa una victoria del rey Narmer sobre los pueblos del Delta, es decir, hace referencia al mismo acontecimiento histórico que se recuerda en la paleta votiva del rey. Si es así, y todo parece confirmarlo, Narmer, rey del Alto Egipto, tras una cruenta guerra, conquistó el Bajo Egipto y unió ambos reinos; sería el primer faraón de la Historia.
No obstante, Manetón, sacerdote de Ra, escribió en el Siglo III a. C. una obra llamada Aegyptíaka, en la cual establece treinta dinastías de reyes en Egipto y, según él, el primer faraón de la I Dinastía fue Menes, unificador de los dos reinos del Bajo y del Alto Egipto e iniciador de aquel poderoso Estado que perduró casi 3.000 años.
Algunos egiptólogos identifican a Menes con Narmer, otros, sin embargo, creen que fueron reyes diferentes. Si estos últimos tienen razón, Narmer perteneció a la denominada Dinastía 0, compuesta por reyes anteriores a la lista de Manetón. Pero como hemos visto, Narmer obtuvo una gran victoria sobre los habitantes del Bajo Egipto. ¿Fue una victoria definitiva?¿O fue Menes el auténtico unificador del reino? En todo caso, para los partidarios de identificar ambos personajes no existe el problema, Narmer no pertenecería a la Dinastía 0, sino a la I Dinastía.
Lo cierto es que Narmer se enterró en Abydos, señalándose como sucesor de Horus Escorpión. Como hemos dicho anteriormente, Horus Escorpión vivió alrededor de 3.250 a. C.; si Narmer y Menes son el mismo, esto fue 150 años después; es evidente que entre Horus Escorpión y Narmer hubo varios reyes, los de la Dinastía 0.
Quizás la unificación de Egipto no fuese repentina, producto de una gran batalla, sino de un proceso que duró más de un siglo. De lo que no cabe duda es de que dicho proceso a veces fue violento; pero también fue pacífico, se consolidó a través de los intercambios comerciales y culturales.
A menudo se pone a Egipto como ejemplo de civilización estática, que apenas si cambió a lo largo del tiempo; pero esto es inexacto. La civilización egipcia fue el resultado de la mezcla de las culturas y creencias de multitud de pueblos que acudieron a las orillas del Nilo, buscando un recurso que era escaso en el desierto: el agua. Fue un proceso lento que duró 1.000 años, y cuya etapa más visible fue la última, la de la unificación política, entre 3.300 y 3.100 a. C.