martes, 23 de junio de 2015

HISTORIA DE UN GRAN FRACASO.

El 28 de julio de 2014 se cumplieron 100 años del comienzo de la Primera Guerra Mundial; solo unos cuantos libros, algunas películas y un puñado de artículos recordaron el acontecimiento; también algunas ceremonias tuvieron lugar y alguna que otra cuidada declaración de algún prohombre que pasaba por allí; nada más.
Ha pasado un año desde este centenario y, como es evidente, no ha habido reflexión de importancia sobre aquel acontecimiento que cambió la Historia del mundo de forma dramática.

                   París despide a la caballería, 1914.

En estos dos últimos años he escrito varios artículos sobre aquella guerra y las consecuencias que tuvo para el mundo y Europa:
https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/siglo-xx
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/06/aquellos-soldados-valientes.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/europa-sin-historia.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/el-miedo-de-europa.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-i.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-ii.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/01/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-iii.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/01/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-iv.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/05/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-v.html

En estos artículos trato muchos temas, pero el hilo conductor de todos ellos es que el mes de julio de 1914 supuso uno de los fracasos políticos y diplomáticos más grandes de la Historia, y que tuvo como consecuencia un período de desastres y convulsiones sociales y políticas que llegaron hasta 1945; acontecimientos que cambiaron la Historia y modelaron profundamente la Europa actual.
En efecto, julio de 1914 fue un terrible fracaso; de la misma manera que podemos decir que la sociedad europea actual es una sociedad fracasada. Por favor, no se muevan de sus asientos, no se dejen llevar por sus pasiones y sigan leyendo.
Los que provocaron el enfrentamiento bélico de 1914 son identificables por sus nombres. Aquella guerra no fue inevitable como se ha dicho; fue provocada por la ineptitud, la soberbia y la ambición de las clases dirigentes europeas de aquel tiempo; me refiero a aristócratas, políticos y hombres de negocios. Enviaron al frente a millones de hombres inocentes, manipulados, ingenuos e indefensos. No tuvieron escrúpulos al hacerlos avanzar hacia el enemigo bajo el fuego de las ametralladoras. Trataron con tanto desprecio a los soldados que no les permitieron siquiera convertirse en héroes; aquella fue una guerra sin héroes, se moría entre el fango y las alambradas a la semana de llegar al frente. Fue una guerra estúpida y sin sentido; perdonen ustedes que sea yo ahora quien da rienda suelta a las pasiones; pero, señores, es que no hay derecho.


La torpeza y la ambición de aquellos dirigentes provocaron este desastre. Podemos buscar diversas causas de carácter diplomático, económico, nacional, colonial; pero todas ellas dependen de las decisiones que tomaron un grupo de personas muy concreto, decisiones basadas estrictamente en los intereses personales o corporativos.
Y la consecuencia de la gran matanza fue la revolución. Pero la mayoría fue leal, las masas no se unieron a la revolución hasta que los abusos fueron inmensos; ¡cuánta fidelidad desperdiciada! Si hay una diferencia clara entre un europeo de 1914 y otro actual, es que aquel creía en el Estado y en quien lo dirigía; el europeo de hoy no cree en nada, solo en aquello que le hace sentirse bien consigo mismo.
La cadena de equivocaciones no se cortó aquí, sino que continuó durante décadas, como si la realidad quisiera desmentir a los ideólogos del Siglo XIX, cuando decían que Europa era la dueña del mundo por propio derecho. La revolución comenzó en el tramo más carcomido de la viga, es decir, en Rusia. Tras ser derrotados por los alemanes, los rusos comenzaron a buscar una alternativa que los salvase del desastre total; antes de que acabase la guerra, en febrero de 1917, estalló la revolución en toda Rusia y el zar Nicolas II tuvo que abdicar. Un gobierno provisional, respaldado por el parlamento, se hizo cargo de la situación, que corría velozmente hacia el caos. La situación fue aprovechada inteligentemente por Lenin y los socialistas radicales, que en octubre de aquel año, tras un golpe rápido y poco violento, se hicieron con el poder. Había nacido el primer Estado socialista, que al tener por espina dorsal a las asambleas de trabajadores (soviets), vino a llamarse socialismo comunista.
Sin embargo, el nuevo régimen ruso padecía una debilidad extrema, no solo porque una mayoría de la población le fuera hostil, sino porque aún se hallaba en guerra con Alemania. Así, Lenin se apresuró a firmar con los alemanes el tratado de paz de Brest-Litovsk en marzo de 1918, por el cual la nueva Unión Soviética perdía importantes territorios en el Oeste, que serían anexionados por Alemania y Turquía; además, Letonia, Estonia, Finlandia y Ucrania serían independientes.
Como recompensa a estas pérdidas, los comunistas esperaban que la revolución se propagase rápidamente por Centroeuropa, sobre todo por Alemania; pero estos cálculos no les salieron enteramente bien.

                   Reunión de la cúpula bolchevique con Lenin a la derecha.

Pocos meses después, en noviembre de 1918, se acordó un armisticio entre los Estados que aún continuaban combatiendo; de esta forma, las armas permanecieron quietas en el frente. El Imperio Alemán estaba absolutamente agotado y los vencedores, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, presentaron en enero de 1919 las condiciones de paz como única alternativa. Dichas condiciones eran durísimas para Alemania; suponían una pérdida importante de territorios, la entrega de la mayor parte del material militar y de toda la flota de guerra, la reducción drástica del ejército, la prohibición de fabricar armas, la supresión del servicio militar obligatorio, la entrega de toda la flota mercante alemana de gran tonelaje, la entrega anual de una flota con capacidad para transportar 200.000 toneladas como compensación por los daños causados, la entrega anual de 44 millones de toneladas de carbón, la mitad de la producción química y farmacéutica  durante cinco años, la expropiación de la propiedad alemana en los territorios perdidos y las colonias y el pago de 132.000 millones de marcos.

                De izquierda a derecha los mandatarios firmantes de las potencias vencedoras: Lloyd George, primer ministro de Gran Bretaña; Vittorio Orlando, presidente de Italia; Georges Clemenceau, presidente de Francia; y Woodrow Wilson, presidente de los EEUU.

Cualquiera puede darse cuenta de que las exigencias eran tan sumamente elevadas que era imposible satisfacerlas sin llevar a Alemania a la más absoluta ruina. Muchas voces entre los vencedores alertaron de ello y de los conflictos que podía generar. Sin embargo, parece evidente que la imposición de tales exigencias tenía un objetivo claro, que no era sino aniquilar el Estado alemán y mantener a toda Centroeuropa en el subdesarrollo y la dependencia económica.
Pero, ¿qué impulsó a Francia y Gran Bretaña a hacer esto? Es cierto que la brutalidad de la Primera Guerra Mundial fue terrible y que el deseo de revancha era muy fuerte, sobre todo en Francia, donde los sacrificios habían sido enormes. El gobierno francés tenía que demostrar a los franceses que tanto sufrimiento tenía una justificación; esa justificación era la aniquilación del enemigo, es decir, de Alemania, que había estado a punto de acabar con Francia en aquella guerra brutal.

                   Soldados franceses equipados para el frente.

¿Y Gran Bretaña?¿que razones tenía para buscar la desaparición del Estado alemán?, ¿no iba esto en contra de la política que había hecho en Europa en los dos últimos siglos y que consistía en mantener un equilibrio entre las potencias continentales, impidiendo que ninguna de ellas alcanzase la hegemonía militar? La destrucción del Estado alemán suponía la ruptura total de aquel equilibrio, ya que permitía a Francia adueñarse de toda Centroeuropa e imponer sus decisiones. Teniendo esto en cuenta, las razones de Gran Bretaña tenían que ver con el miedo a Alemania; es decir, los británicos pensaban que con Alemania era imposible mantener el equilibrio de fuerzas, que aquella política había terminado para siempre y comenzaba otra nueva en la que Europa pasaba a un segundo plano y el mundo quedaba repartido entre las dos grandes potencias coloniales, Francia y Gran Bretaña.
Los cálculos de los vencedores estaban absolutamente errados, sobre todo en relación a la nueva Unión Soviética. Los redactores del Tratado de Versalles creían que la Unión Soviética sería un Estado de cortísima vida, débil siempre e incapaz de exportar la revolución fuera de sus fronteras; sobre todo cuando, tras el motín de Kiel y la revolución socialista de noviembre de 1918 en Alemania, las revueltas fueron sofocadas con gran dureza. De esta manera, en febrero de 1919 la revolución socialista había fracasado en Alemania, pocos meses antes de que se firmara el Tratado de Versalles (28 de junio de 1919).
 
                 Combates en Berlín entre los soldados del gobierno y los revolucionarios.

En el verano de 1919 Francia y Gran Bretaña creían tener la situación controlada y sus objetivos alcanzados: El Imperio Alemán desaparecido, la República Alemana postrada, Centroeuropa descompuesta y arrodillada, y la Unión Soviética debatiéndose en sus querellas y purgas internas.
Versalles fue una nefasta solución a la Primera Guerra Mundial; una década después, en Alemania subía Hitler al poder y la Unión Soviética se convertía en una gran potencia militar con objetivos expansionistas. Dos revoluciones paralelas se impusieron en Europa, la socialista y la nacionalsocialista; el resultado fue la Segunda Guerra Mundial, al final de la cual, el continente quedó devastado y la civilización europea hundida en el fracaso más absoluto.
                        Berlín 1945.

Cuando el 17 de julio de 1945 se reunieron en Potsdam, cerca de Berlín, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, eran conscientes de que Versalles había sido una grave equivocación; al menos Winston Churchill lo había comprendido desde hacía tiempo, calificando como suicida la política británica de entreguerras.
Potsdam fue un acuerdo muy diferente a Versalles; en principio, porque los Estados que participaron fueron otros; Francia estuvo ausente porque no fue realmente uno de los vencedores. Por otra parte, Gran Bretaña, quedó, a pesar de Curchill en un segundo plano con respecto a Estados Unidos y la Unión Soviética. Estas dos últimas potencias fueron las auténticas vencedoras de la guerra y las que se aprovecharon de los resultados de la misma; en Potsdam el mundo quedó dividido en dos bloques, cada uno de los cuales actuaban según los intereses de Estados Unidos y la Unión Soviética respectivamente; Europa quedó vencida y dividida; solo Gran Bretaña mantuvo cierto estatus como aliado preferente de Estados Unidos.

             Churchill, Truman y Stalin en Potsdam.

Como he explicado en otros artículos, la estrategia de Estados Unidos para evitar que la propaganda soviética echase raíces en la devastada Europa Occidental fue promover un sistema político basado en la socialdemocracia; es decir, un sistema de economía de mercado, pero con unas garantías de bienestar social como jamás habían existido en la Historia. Este sistema estaba alimentado artificialmente desde el principio; como muestra de ello veamos la inyección de capital que recibió Europa gracias al Plan Marshall:
Alemania Occidental (1.448 millones de dólares).
Francia (2.296 millones de dólares).
Reino Unido (3.297 millones de dólares).
Italia (1.204 millones de dólares).
Países Bajos (1.128 millones de dólares).
Bélgica y Luxemburgo (777 millones de dólares).
Dinamarca (385 millones de dólares).
Grecia (366 millones de dólares).
Suecia (347 millones de dólares).
Noruega (372 millones de dólares).
Suiza (250 millones de dólares).
Para ofrecer un frente compacto ante el bloque soviético se firmó en 1.951 el Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y más tarde, en 1.957, el Tratado de Roma. Con estos pactos los Estados de Europa Occidental creaban una zona de libre comercio, que tendría la virtud de vincular los intereses de todos ellos y promover la colaboración en lugar de la rivalidad y la competencia.
Esta fórmula estratégica dio buen resultado, en principio porque los Estados de Europa Occidental se recuperaron económicamente con gran rapidez y las luchas sociales quedaron muy atenuadas; gobiernos, empresarios y sindicatos se comprometieron a no hacerse mucho daño entre ellos; hasta tal punto que las organizaciones sindicales se convirtieron en unos órganos más del Estado.
Aún así, lo que se denominó Guerra Fría, no fue fácil en absoluto; sobre todo cuando la propaganda soviética penetró en las universidades y los ambientes estudiantiles. El gran éxito de esta propaganda consistió en hacer creer a millones de personas que en el bloque soviético no existían diferencias sociales; es decir, que se trataba de una sociedad igualitaria.
A finales de la década de los 60 parecía que la Unión Soviética podía ganar la partida, pero pocos años después, el movimiento estudiantil se desgastó, y era evidente que la calidad de vida de la clase trabajadora europea era de las más altas del mundo. A finales de la década de los 80 la contrapropaganda puso en evidencia el atraso económico y social de la Unión Soviética, y así fueron desarrollándose los acontecimientos hasta que en 1.991 la U.R.S.S. desapareció.

 Fidel Castro y Kruschev en la Plaza Roja de Moscú.

El final de la Guerra Fría y de la política de bloques marcó el comienzo de un tiempo nuevo. El gran adversario había sido vencido y ahora el centro de interés internacional se había desplazado hacia el Próximo y Medio Oriente. En el plano estratégico Europa ya no era el punto más caliente del planeta, esto tuvo consecuencias económicas sociales y políticas importantes.
La socialdemocracia, que tan eficaz se había mostrado en otro tiempo, ya no era tan necesaria; las posiciones políticas comenzaron a polarizarse. Además, la socialdemocracia era un sistema que salía muy caro de mantener, pues solo era posible con unos impuestos muy altos en una economía próspera en la que la rentabilidad de inversores y empresarios fuese muy alta.
A finales del Siglo XX la perspectiva no era muy buena. En 1914 los Estados de Europa eran los dueños de la mayor parte del planeta, treinta años después Europa estaba devastada y había pasado a un segundo plano; por otra parte, la mitad del continente se encontraba bajo un régimen totalitario donde los individuos carecían de derechos. Era evidente que Europa, como civilización, había fracasado.
Sin embargo, la socialdemocracia y los tratados de cooperación europea habían construido una serie de estructuras económicas y políticas que estaban manejadas por una clase política que podemos llamar comunitaria. Esta clase había actuado de manera eficiente durante la política de bloques y había conseguido establecer una densa red de intereses comunes entre los Estados de Europa Occidental. Cuando a comienzos de la década de los 90 se produjo la desaparición de la Unión Soviética y la reunificación alemana, estos políticos comunitarios trazaron un plan para continuar manejando los hilos de la política europea; no por amor a ningún proyecto de unión de los pueblos de Europa, como asegura la retórica utilizada, sino por el simple y, en el fondo, más sano instinto de supervivencia.
Así, en 1992, inmediatamente después de la desaparición de la U.R.S.S., se firmó el Tratado de Maastricht, por el cual se dieron los primeros pasos hacia la construcción de un Estado federal provisto de una moneda única y un banco central europeo.
Fracaso de los grupos dirigentes europeos en el Siglo XX e instinto de supervivencia y audacia política en los grupos dirigentes de comienzos del Siglo XXI; historia de un continente caído en desgracia e historia de un futuro incierto. 

miércoles, 20 de mayo de 2015

RÍO NILO. IV

Todos hemos sentido inquietud en alguna ocasión, cuando intentando concebir la inmensidad del tiempo, hemos retrocedido en nuestra mente siglos, milenios atrás. Este ejercicio produce vértigo, una extraña sensación; cuando nos asomamos a la profundidad del pasado nos sentimos perdidos.
El tiempo pasa y unas cosas aparecen y otras desaparecen en una secuencia sin aparente fin; si hay algo seguro es que todo es perecedero.
Pero hubo una civilización que pretendió desafiar al tiempo, permanecer eternamente, ser inmutable; el tiempo podía ser inmenso, inabarcable, y sin embargo, aquellos humanos serían sus amos, lo tendrían sometido. Nos referimos a la civilización egipcia.
Los egipcios creían que los comienzos de su civilización se remontaban al mismísimo origen del tiempo, zep tepi lo llamaban; la Historia del mundo era la Historia de Egipto, ambas se confundían. Aún así, eran conscientes de la dificultad de recordar los orígenes de su civilización; era un tiempo demasiado lejano y muchas cosas se habían olvidado. Se habían recogido unas listas de reyes, que al menos llegaban hasta 3.000 a. C., pero el recuerdo de los acontecimientos anteriores a este tiempo era confuso, poco preciso y mítico. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que los egipcios, que creían pertenecer a una civilización eterna, desconocían el origen de la misma.

Desiertos del Sahara, Libia y Egipto.

Hace 11.000 años los hielos de la última glaciación retrocedieron en todo el planeta y esto trajo consigo una serie de cambios climáticos que afectaron de diversa forma a las distintas zonas del mundo.
En África, la franja territorial del clima tropical húmedo se ensanchó considerablemente, debido a lo cual, en lo que hoy en día son los desiertos del Sahara, Libia y Egipto se estableció un régimen de precipitaciones caracterizado por una estación seca y otra lluviosa. Durante ésta última, las precipitaciones eran abundantes, permitiendo la existencia de una vegetación herbácea, salpicada de bosquecillos y zonas de matorral. Una variada fauna de herbívoros se alimentaba de esta masa vegetal; abundaban las gacelas, los antílopes, los asnos salvajes, las jirafas y los elefantes. En las pinturas rupestres del macizo sahariano de Tassili N,ajjer han quedado bellos testimonios de aquella diversa fauna.

 Pinturas rupestres de Tassili N,ajjer, Argelia.

5.000 años a. C. el Norte de África estaba habitado  por comunidades de ganaderos y agricultores que aprovechaban los recursos naturales de aquella inmensa sabana; esto también está representado en las pinturas de Tassili N,ajjer.

             Pintura rupestre de Tassili N,ajjer, Argelia.

En estas pinturas puede verse a ganaderos de vacuno que complementan su alimentación con la caza de cabras y antílopes. La hierba era, sin duda, el recurso más abundante en aquel medio, que en absoluto podía calificarse de seco. Dado que el Norte de África es abundante en zonas de endorreismo, las lagunas y zonas pantanosas eran habituales en todo el territorio, contribuyendo este fenómeno a la abundancia de recursos hídricos que eran aprovechados por aquellos pobladores.
Sin embargo, las condiciones climáticas volvieron a cambiar en aquella época; aproximadamente en 5.000 a. C., la franja climática del tropical húmedo comenzó a estrecharse de nuevo y la estación de las lluvias se redujo paulatinamente, de manera que cada vez era más corta y traía menos precipitaciones. Los pastos fueron desapareciendo poco a poco y los reemplazó una reseca estepa primero y después el desierto.
Las comunidades humanas sometidas a este proceso de cambio climático afrontaron como pudieron lo que cada vez se parecía más a una catástrofe. En el VI milenio a. C. unas comunidades de ganaderos y agricultores asentados a unos 100 km al Oeste de Abú Simbel parecían ya muy preocupados por saber el momento exacto de la llegada de la estación de las lluvias. Vivían en un lugar conocido como Playa Nabta, donde las aguas de lluvia formaban una laguna. No obstante, si las lluvias se retrasaban o no llegaban, la comunidad entera se encontraba al borde del hambre; tan delicado era el equilibrio con el medio.
Hoy en día Paya Nabta es un feroz desierto, pero en aquel tiempo albergaba una numerosa población que intentaba adaptarse a un clima cada vez más seco. Para saber cual era el momento exacto de la llegada de las lluvias, construyeron un calendario formado por un círculo de piedras en cuyo interior se dispusieron otras alineadas que señalaban los solsticios y los equinoccios.

                   Círculo de piedras de Playa Nabta.

Todos los esfuerzos de los habitantes de Playa Nabta para sobrevivir en aquel lugar fueron inútiles, porque el desierto continuó avanzando año tras año. Entre 5.000 y 4.000 a. C. la inmensa mayoría de las comunidades que vivían en el Sahara se vieron obligadas a abandonar la zona; unos emigraron hacia el Norte, hacia la costa del Mediterráneo, donde el clima era más húmedo y permitía la agricultura de los cereales; otros emigraron hacia el Sur, hacia el Sahel, donde la estación de las lluvias todavía permitía el crecimiento de pastos para el ganado; y otros muchos emigraron hacia las orillas del río Nilo.



A finales del VI milenio ya había población asentada el el Bajo Egipto; es decir, los asentamientos comenzaron antes del proceso de desertización del Norte de África. En el Fayum, al Oeste de el Cairo, se establecieron grupos de agricultores y ganaderos junto al lago Birket Qarun, del cual aprovechaban los recursos pesqueros.
También en el Delta y cerca de el Fayum se han hallado poblados compuestos por cabañas ovales cuyos habitantes criaban vacas, ovejas, cabras y cerdos; además, cazaban hipopótamos y cocodrilos.
A comienzos del IV milenio la población establecida a orillas del Nilo era numerosa; procedente en gran parte de las zonas desérticas del Sahara y Libia; aunque también se registra un flujo de inmigrantes procedentes del Sinaí y Siria. En Naqada, al Norte de Luxor, en el Alto Egipto, se desarrolló una cultura de agricultores y ganaderos que políticamente se organizó en estados gobernados por reyes hacia 3.500 a. C. También por las mismas fechas aparecen los primeros Estados en el Bajo Egipto; todos ellos son pequeños territorialmente hablando y, por lo que parece, a menudo se encuentran en guerra entre sí.
En el cuchillo de sílex y mango de marfil encontrado en Djebel-el-Arak (colección de Louvre), Alto Egipto, puede verse una decoración que representa una enconada lucha entre dos pueblos; parte del combate se desarrolla en el río, donde flotan unas barcas. En la cara opuesta del mango se representa a un rey poderoso que domina a dos leones.

                                Cuchillo de sílex de Djebel-el-Arak.

Sin duda, la guerra entre las distintas comunidades asentadas a orillas del Nilo fue una de las razones de la aparición de estos reyes guerreros, cuyas principales cualidades eran el valor y la fuerza. Estos reyes gustaban de ser representados como grandes vencedores; así lo vemos en la paleta ritual de tocador denominada Paleta de la Caza del León, donde el rey, armado con arco, abate a un león, acompañado de un séquito de guerreros con cola de chacal; aunque aparentemente parezca una escena de caza se trata de una escena política y militar, en la que aparece una coalición de varios pueblos, cuyos símbolos totémicos, el ibex, el avestruz, la cabra, el ciervo y el chacal, desfilan entre las dos hileras de soldados; el león vencido representa probablemente a un príncipe de la ciudad de Menfis.


Paleta de la Caza del León.

Estas paletas de tocador, talladas en pizarra y lutolita, y de carácter conmemorativo, eran utilizadas en las ceremonias por aquellos reyes de IV milenio, y en todas se representan los animales totémicos de aquellos pequeños reinos. En otra, conocida como Paleta del León Vencedor (Museo Británico, Londres), el mismo león, con la ayuda de los alcones, derrota a unos guerreros desnudos y chupa la sangre de uno que probablemente debe ser el jefe.

                     Paleta del León Vencedor.

En otra paleta conocida como Toro del Gran Poder (colección del Louvre), procedente de Abydos, el totem del toro del gran poder, título que más tarde adoptaron los faraones, cornea a un enemigo, mientras en la parte inferior puede verse una ciudad amurallada cuyo símbolo es el león, que inicia el inventario de los pueblos conquistados; en la otra cara están representados los estandartes de los aliados del Toro que poseen brazos que agarran la cuerda con la que cautivan a los enemigos.

                Paleta del Toro del Gran Poder.

Estos príncipes del Alto y el Bajo Egipto dirigen sus pequeños reinos durante la etapa final del período denominado Predinástico, que abarca desde comienzos del IV milenio hasta 3.100 a. C. aproximadamente. Este es el período en el que se introduce en Egipto la metalurgia del cobre, procedente de Asia con probabilidad.
Pero, no solo la guerra entregó el poder a estos príncipes del Nilo; también lo hizo el deseo de aumentar la producción. Desde comienzos del IV milenio la población aumentó considerablemente a orillas del río; muchos pastores nómadas se habían establecido recientemente junto a aquella fuente de agua. Por otra parte, a mediados del IV milenio aparecieron grupos sociales que no producían alimentos; eran metalúrgicos, alfareros, canteros, panaderos, comerciantes, sacerdotes, administradores del palacio y profesionales de la guerra; a todos ellos había que alimentarlos, y para eso era necesario aumentar la producción agrícola. Además, los cereales y las legumbres eran el único recurso abundante en Egipto para ser intercambiado por materias primas que escaseaban; sobre todo la madera.
El problema era que las orillas del Nilo por sí mismas no eran favorables a la agricultura; estaban ocupadas en buena parte por pantanos y lagunas; la maleza era espesa y en ella habitaban animales feroces, como el hipopótamo, el cocodrilo y el león. El río Nilo se desbordaba todos los años a finales del verano como consecuencia de la estación de las lluvias en África central, y la inundación era catastrófica para los campos si no se la controlaba adecuadamente.
Así, las poblaciones establecidas a orillas del río debieron desbrozar la maleza y ahuyentar a los animales salvajes primero; después debieron desecar los humedales y construir diques y canales para controlar la inundación. Para organizar y dirigir estas grandes obras surgieron caudillos que poco a poco fueron acumulando un poder que pronto legitimaron gracias a las creencias religiosas; las buenas o malas cosechas se vincularon muy pronto a la capacidad de aquellos reyes para establecer vínculos con los dioses y restablecer el equilibrio en el mundo cuando este amenazaba ser roto por las fuerzas destructoras de la naturaleza. El rey, por tanto, era una especie de guerrero místico, que vencía a todos los peligros gracias al favor de la divinidad.
Desde un principio, antes aún del IV milenio, los pobladores del Nilo se dedicaron a observar el Nilo; de esta forma, dividieron el año en tres estaciones:

  1. Ajet. Estación de la Inundación. Finales del verano y otoño.
  2. Peret. Estación de la Siembra. Invierno y principio de la primavera.
  3. Shemu. Estación de la Recolección. Finales de la primavera y principios del verano.
Para saber con exactitud cuando comenzaría la inundación, los egipcios estudiaron el lugar que ocupaba el Sol en el cielo cada día, situando el día exacto el 29 de agosto, fecha en la que debía estar terminada la recolección y los diques y canales preparados.
El Nilo, no solo regaba los campos, sino que también depositaba un fino limo muy rico en nutrientes que abonaba la tierra. De esta forma, una vez controlada la inundación, los campos de Egipto proporcionaban abundantes cosechas; era la tierra más fértil jamás conocida.

Campos del delta del Nilo.

Aquellos reyes de finales del período Predinástico aparecieron ante todos como los únicos que podían interceder para que la inundación no fuese ni escasa ni excesiva; si no era moderada, sobre Egipto se cernía el hambre y la muerte. Pero también ellos fueron los encargados de guardar los excedentes de los años de bonanza para administrarlos sabiamente y redistribuirlos en los años de escasez; mantenían un equilibrio que a menudo era precario.
Hacia 3.500 a. C. destacaban dos grandes centros urbanos a orillas del Nilo; en el Bajo Egipto, la ciudad de Buto; en el Alto Egipto, la ciudad de Nejen, llamada Hierakompolis por los griegos.



En Hierakompolis había un templo donde se le ofrecían sacrificios de animales a Horus, el dios halcón. El templo estaba construido con pilares de madera importada, y la ciudad era conocida como ciudad del halcón.

Templo de Horus en Hierakompolis.


                 Maqueta del templo predinástico de Horus en Hierakompolis.

Hierakompolis era con seguridad la ciudad más importante a orillas del Nilo hacia 3.500 a. C.; en ella vivían una gran cantidad de artesanos y participaba en el comercio de larga distancia a través de rutas que la comunicaban con el Delta y Asia. Hacia 3.250 a. C. aproximadamente, en Hierakompolis había un rey que había conseguido ya identificarse con Horus, el dios halcón. Sabemos que este rey era conocido como Horus Escorpión y que se encargaba de organizar los grandes proyectos para la mejora de la irrigación como puede verse en una maza votiva que fue encontrada en un depósito del templo de Horus de Hierakompolis, reconstruido por Tutmosis III.

                Maza del Rey Escorpión.

En la maza votiva de piedra caliza puede verse al rey Escorpión tocado con la corona del Alto Egipto, portando el rabo de toro y empuñando una azada, con la que se dispone a hacer la apertura ritual de un canal; su nombre aparece frente a su rostro en la forma de un escorpión. En la parte superior de la maza aparecen unas pértigas que representan a los pueblos vencidos por el rey.
Que Escorpión era rey en Hierakompolis hacia 3.250 a. C. es algo de lo que no cabe duda, pero su reino abarcaba un territorio más amplio, pues también incluía la ciudad de Abydos, situada más al Norte. En Abydos también se rendía culto a Horus, el dios halcón y a su padre Osiris, que según el mito fue rey de Abydos en los tiempos en que los dioses gobernaron en Egipto. Sea como fuere, Horus era el dios tutelar de ambas ciudades, y esto puede indicar que la relación entre ellas era ya antigua en tiempos del rey Horus Escorpión.

                            Estela del faraón Djet (serpiente), I dinastía. Horus sobre la ciudad de Abydos.

No sabemos si Horus Escorpión fue rey desde un principio de Abydos e Hierakompolis, o partiendo de una de las dos, se adueñó más tarde de la otra. En todo caso, era un rey guerrero que consiguió someter todo el Alto Egipto. La conquista que lo elevó a la supremacía sobre toda la región fue la de la ciudad de Naqada, situada en el centro de una gran curva del curso del Nilo en el Alto Egipto; Abydos se encuentra en el sector Norte de esta curva, mientras que Hierakompolis está más al Sur.


Naqada era un importante centro comercial que controlaba varias rutas que convergían en la zona. Escorpión debió bajar desde Abydos y atravesar el desierto hasta Naqada, actuando con las dotes propias de un gran general. En un lugar del desierto cercano a Naqada, Escorpión ordenó hacer unas inscripciones conmemorativas de su gran victoria; el lugar es conocido con el nombre de Gebel Tjauti. Estas inscripciones conmemorativas, llamadas por los arqueólogos Retablo de Horus Escorpión, están grabadas en un abrigo de la montaña del desierto, y representan en una primera escena al halcón sobre el escorpión, símbolo del rey victorioso.

                  Reproducción gráfica del Retablo de Horus Escorpión.

A la izquierda de estos símbolos, puede verse a un sacerdote participando en una procesión religiosa.

                       Ceremonia religiosa del Retablo de Horus Escorpión.

Más a la izquierda aún aparece el rey empuñando una maza y sujetando a un cautivo con una cuerda; imagen que precede iconográficamente a la del rey Narmer en su paleta votiva.

  Horus Escorpión con maza y cautivo.

Junto al cautivo se ve un símbolo que lo identifica, la cabeza de un toro, que con probabilidad se refiere al rey de Naqada.
Con aquella gran victoria, Escorpión se convirtió en el rey más poderoso del Alto Egipto y cobraba tributos a todos los habitantes de este país. Estos tributos eran almacenados en un palacio de ladrillo que construyó en Hierakompolis; el edificio era de gran tamaño y poseía numerosas habitaciones.

                  Reconstrucción del palacio de Hierakompolis hacia 3.250 a. C.

Para llevar la contabilidad de todos los tributos que recaudaba en su extenso reino, Horus Escorpión se vio obligado a crear un sistema de símbolos, gracias al cual podía saber de dónde procedía y quién había tributado cada producto almacenado. Sabemos que esto fue así gracias al hallazgo de la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

                  Tumba de Horus Escorpión en Abydos.

No sabemos por qué causa Horus Escorpión decidió enterrarse en Abydos, lo cierto es que muchos otros lo imitaron después durante el período Predinástico y durante la I Dinastía. La tumba, que consiste en una gran fosa rectangular revestida de ladrillo, está provista de tabiques interiores que limitan doce habitáculos que se comunican entre sí a través de rendijas a modo estrechas puertas. Toda la construcción era una réplica del palacio real, y la intención de esta obra fue que sirviese de morada eterna para el difunto. Fue tapada después con un túmulo de tierra, y se convirtió en el modelo de tumba de los siguientes reyes del Egipto Predinástico; con la misma estructura se construyeron después las tumbas de mastaba, que pasando el tiempo dieron lugar a las pirámides.
El ajuar de la tumba de Horus Escorpión debió ser muy rico, pero ya fue saqueado en la antigüedad; no obstante, cuando fue excavada la tumba por el arqueólogo alemán Günter Dreyer, se encontraron muchos objetos que aún permanecían en el mismo lugar donde fueron depositados. En una de las salas se guardaban cientos de vasijas de importación, procedentes de Siria, que en su día contuvieron vino, aceite y grano para la vida de ultratumba del rey. En otras vasijas aparece dibujado el símbolo del escorpión, identificando al propietario de la tumba. Este símbolo demuestra inequívocamente que el rey Escorpión gobernó en el Alto Egipto hace 5.250 años; también queda demostrado que existían relaciones comerciales entre el Nilo y Siria en aquella lejana época.


Vasija encontrada en la tumba de Horus Escorpión en Abydos.


Otro objeto que se encontró en la tumba fue un cetro de marfil con forma de cayado, bastón que utilizan habitualmente los pastores y que sería uno de los símbolos del poder de los faraones durante toda la Historia de Egipto. La identificación del rey con el pastor se basa en un paralelismo entre ambos; de la misma manera que el pastor protege y conduce el ganado hasta el agua y el pasto, el rey protege y conduce al pueblo hacia la prosperidad.

                 Cetro encontrado en la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

Efectivamente, hacia 3.250 a. C. un rey que dominaba todo el Alto Egipto se había identificado con los principales símbolos de los faraones posteriores; se tocaba con la corona blanca, empuñaba la maza de piedra contra los enemigos vencidos, había adoptado el nombre del dios Horus y se mostraba ante todos con el cetro en forma de cayado.
Pero, lo más sorprendente que llevó a cabo aquel rey fue crear una administración capaz de llevar la contabilidad del Estado y elaborar documentos que certificasen los asuntos. En la tumba de Abydos se encontraron 160 tablillas de hueso y marfil del tamaño de un sello postal con imágenes grabadas y un agujero para pasar a través de él un cordón que permitiese atarlas a objetos diversos. Estas tablillas serían etiquetas donde estuviese anotada la procedencia de las cajas o vasijas a las que iban atadas. Diciéndolo de otro modo, las tablillas eran etiquetas que informaban sobre la procedencia de los tributos que eran entregados al rey; es decir, quién los entregaba y de donde venían.

                Etiquetas de la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

Los símbolos de estas etiquetas son el primer ejemplo de escritura jeroglífica del que tenemos noticia y suponen un código en el cual cada imagen significa un concepto o una sílaba que componen palabras o grupos de palabras con significado. Por ejemplo, la siguiente etiqueta, donde se representa a un elefante en las montañas, tiene un valor fonético equivalente a la palabra Abydos.

                 Etiqueta de la tumba de Horus Escorpión en Abydos.

Los resultados del C-14 para estas etiquetas dan una fecha alrededor de 3.250 a. C. En aquel lejano tiempo ya había un rey que cobraba tributos en todo el Alto Egipto, como puede comprobarse en lo que dicen aquellos primeros símbolos jeroglíficos. Unos funcionarios reales se encargaron de establecer este código y cuidar de que se utilizase adecuadamente para llevar una contabilidad eficaz.
En el depósito del templo de Hierakompolis, restaurado en el Imperio Nuevo, junto a la maza votiva de Horus Escorpión se encontró otro objeto ritual que perteneció a otro rey, Narmer. El objeto consistía en una paleta de tocador de pizarra, ricamente esculpida con unas escenas que recuerdan claramente a las del retablo de Horus Escorpión.
En una de las caras puede verse al rey en una imagen clásica empuñando la maza y disponiéndose a descargarla sobre la cabeza de un enemigo arrodillado; tras él, la curiosa imagen de un sirviente que lleva al rey el calzado y un botijo, exacto a los que se fabrican hoy en día en España. Sobre el vencido puede verse al halcón de Horus que lleva cautivo por la nariz a un prisionero del que brotan plantas de papiro, símbolo del Bajo Egipto; en la banda de abajo están representados los enemigos muertos en la batalla.
Esta cara de la paleta ha sido interpretada como la conmemoración de una gran batalla en la cual Narmer salió victorioso y que le permitió conquistar el Bajo Egipto; según esto, Narmer sería el unificador de los dos reinos y el primer faraón de Egipto.

               Paleta de Narmer.

En la cara opuesta de la paleta pueden verse en el centro dos leones con los cuellos enlazados y sujetados por cuerdas, que parecen simbolizar la unión de los dos reinos, el Bajo y el Alto Egipto. Por encima, aparece el rey ciñendo la corona roja del Bajo Egipto y participando en una procesión donde desfilan varios estandartes; frente a él están representados los vencidos, que han sido decapitados. En la banda de abajo aparece un símbolo que ya era un clásico en tiempos de Narmer, el toro cornea al enemigo.

            Paleta de Narmer.

Narmer se enterró muy cerca de Horus Escorpión, en Abydos, en un lugar que hoy es conocido como Umm el-Qaab, que significa "la madre de las vasijas" por la enorme cantidad de restos de cerámica que allí se encuentran.


                        Tumba de Narmer.

En Umm el-Qaab se enterraron varios reyes del período Predinástico y algunos más de la I Dinastía; todos ellos construyeron tumbas que seguían el esquema de Horus Escorpión; una fosa revestida de ladrillo en la que puede haber varias habitaciones separadas por tabiques. En los alrededores de la tumba de Narmer se encontró una etiqueta de marfil, semejante a las que se hallaron en la tumba de Horus Escorpión; su utilidad también era la de ser un recibo de tributos entregados por los diferentes territorios del reino. En este caso, en la etiqueta se había grabado una escena muy parecida a la de la Paleta de Narmer. Es evidente que en esta etiqueta concreta se quiso registrar el año en el que se pagó el tributo, y la forma de indicarlo fue representar un acontecimiento importante que ocurrió justamente en aquel año.


                          Etiqueta de Narmer.

La etiqueta representa una victoria del rey Narmer sobre los pueblos del Delta, es decir, hace referencia al mismo acontecimiento histórico que se recuerda en la paleta votiva del rey. Si es así, y todo parece confirmarlo, Narmer, rey del Alto Egipto, tras una cruenta guerra, conquistó el Bajo Egipto y unió ambos reinos; sería el primer faraón de la Historia.
No obstante, Manetón, sacerdote de Ra, escribió en el Siglo III a. C. una obra llamada Aegyptíaka, en la cual establece treinta dinastías de reyes en Egipto y, según él, el primer faraón de la I Dinastía fue Menes, unificador de los dos reinos del Bajo y del Alto Egipto e iniciador de aquel poderoso Estado que perduró casi 3.000 años.
Algunos egiptólogos identifican a Menes con Narmer, otros, sin embargo, creen que fueron reyes diferentes. Si estos últimos tienen razón, Narmer perteneció a la denominada Dinastía 0, compuesta por reyes anteriores a la lista de Manetón. Pero como hemos visto, Narmer obtuvo una gran victoria sobre los habitantes del Bajo Egipto. ¿Fue una victoria definitiva?¿O fue Menes el auténtico unificador del reino? En todo caso, para los partidarios de identificar ambos personajes no existe el problema, Narmer no pertenecería a la Dinastía 0, sino a la I Dinastía.
Lo cierto es que Narmer se enterró en Abydos, señalándose como sucesor de Horus Escorpión. Como hemos dicho anteriormente, Horus Escorpión vivió alrededor de 3.250 a. C.; si Narmer y Menes son el mismo, esto fue 150 años después; es evidente que entre Horus Escorpión y Narmer hubo varios reyes, los de la Dinastía 0.
Quizás la unificación de Egipto no fuese repentina, producto de una gran batalla, sino de un proceso que duró más de un siglo. De lo que no cabe duda es de que dicho proceso a veces fue violento; pero también fue pacífico, se consolidó a través de los intercambios comerciales y culturales.
A menudo se pone a Egipto como ejemplo de civilización estática, que apenas si cambió a lo largo del tiempo; pero esto es inexacto. La civilización egipcia fue el resultado de la mezcla de las culturas y creencias de multitud de pueblos que acudieron a las orillas del Nilo, buscando un recurso que era escaso en el desierto: el agua. Fue un proceso lento que duró 1.000 años, y cuya etapa más visible fue la última, la de la unificación política, entre 3.300 y 3.100 a. C.

lunes, 20 de abril de 2015

RIO NILO. III



De forma casi instintiva, cuando traemos a la memoria el antiguo Egipto, regresan siempre a nuestra mente los tiempos de la IV dinastía, aquella que construyó las grandes pirámides de Giza. Ya en aquella época los egipcios tenían absolutamente claro que el Alto Egipto terminaba en la 1ª catarata; más allá se extendía una tierra inmensa, habitada por hombres de piel negra y sorprendentes ojos azules, Nubia.
En tiempos de Snofru (2.614-2.579 a. C.), primer faraón de la IV dinastía ya se realizaban expediciones al Sur de la 1ª catarata; su objetivo era obtener algunas materias primas de gran valor, como incienso, marfil, ébano, aceites y pieles de pantera. Se trataba de expediciones comerciales tuteladas por el faraón y dirigidas por funcionarios de alto rango.




Durante la VI dinastía, el faraón Meriré Pepi I continuó con las empresas comerciales en Nubia, y su hijo Merenré, en el año noveno de su reinado, hizo una visita a la 1ª catarata para construir un canal que hiciera navegables los rápidos de difícil travesía, y allí recibió el homenaje de los nubios. Merenré nombró al noble Uni gobernador del Sur, responsable de gran parte del Alto Egipto hasta Elefantina, muy cerca de la 1ª catarata. En el cargo le sucedió Hirkhuf, cuya tumba se encuentra, junto a la de otros nobles, en la orilla izquierda del Nilo en Asuán. Hirkhuf fue un gran conductor de caravanas e hizo cuatro viajes al Sur, tres de los cuales tuvieron lugar en el reinado de Merenré. El cuarto viaje lo hizo Hirkhuf por orden del nuevo faraón Neferkaré Pepi II, al cual da cuenta de los numerosos productos que traía, entre ellos un enano bailarín, que posiblemente fuese un regalo para el rey niño.
Como vemos, las historias de Egipto y Nubia corren paralelas desde casi el principio. Los egipcios tenían un gran interés en aquel país del Sur, al que llamaban Kush, porque era el territorio más favorable a la expansión del reino, más aún que el Sinaí y Canaán al Este. No obstante, la conquista de aquel territorio no se llevó a cabo hasta el período del Reino Nuevo, durante la XVIII dinastía. Fue el faraón Tutmosis III el primero que en una expedición militar llegó hasta la 4ª catarata, conquistando la mayor parte de Nubia; solo quedó sin someter la zona del Sur del país, la que se extendía entre la 4ª y la 6ª catarata, territorio conocido como Alta Nubia, y que los egipcios llamaban país de Kush.

                        Tutmosis III. (1479-1425).

Durante la XIX dinastía el control sobre Nubia se hizo más fuerte y se produjo un proceso de aculturación que, aunque no fue total, dejó una profunda huella entre los habitantes de la región. El último faraón que mostró un gran interés por aquella tierra fue Ramsés II (1279-1213), que construyó una serie de templos cerca de la 2ª catarata en la Baja Nubia. Ramsés II se enfrentó en una gran batalla al rey hitita Muwatalli II. La causa del enfrentamiento fue el control de Siria; la batalla acabó en tablas y ambos enemigos debieron recurrir posteriormente a la diplomacia para dejar zanjado el asunto de manera definitiva; el acuerdo llegó cuando Ramsés II firmó con Hattusili III, sucesor de Muwatalli, el tratado de Quadesh, donde ambas partes se comprometían a mantener la paz, repartirse Siria y apoyarse mutuamente contra sus respectivos enemigos.
Aunque la batalla de Qadesh no tuvo un vencedor indiscutible, Ramsés II la celebró como una gran victoria. Para conmemorar aquel acontecimiento construyó una serie de templos en el extremo opuesto de su imperio, en Nubia. Estos templos de Ramsés II se encuentran entre la 1ª y la 2ª cataratas, y entre ellos destaca el complejo de Abu Simbel. En 1964, como consecuencia de la construcción de la Presa de Assuán, estos templos fueron reubicados por un equipo de especialistas con el patrocinio de la UNESCO. Todo el complejo fue cortado en grandes bloques, desmantelado y trasladado a un lugar más alto a unos 200 m de distancia, donde se procedió al ensamblaje de las piezas.

Templo de Abu Simbel, Nubia.

El complejo de Abu Simbel está compuesto por dos speos o templos rupestres, excavados en la roca y se encuentra en la orilla izquierda del Nilo, a unos 40 km al Norte de la 2ª catarata. El mayor de los dos speos está dedicado a la gloria de Ramsés II y en su fachada hay cuatro colosales estatuas del faraón entronizado, talladas en la roca. Tienen poco más de veinte metros de altura y son, por tanto, mayores que las estatuas sentadas de Amenofis III, del llano de Tebas, que los griegos llamaron Colosos de Memnón. Encima de estas cuatro figuras gigantescas hay un friso con treinta y tres monos cinoscéfalos de cara al Este, adorando al Sol naciente. Cada uno de ellos mide más de dos metros de altura. En el interor existe una primera sala con ocho pilares osiríacos y relieves que narran la victoria del faraón en Qadesh, sobre los hititas; de ella se pasa a otro espacio más pequeño que hacía el servicio de sala hipóstila y aún hay una tercera excavación cuadrada que corresponde al santuario. El otro speos es mucho más pequeño y fue labrado para glorificar a la esposa de Ramsés II, la reina Nefertari, que aparece esculpida en su fachada, junto a las estatuas de su esposo y de la diosa Hathor.

Templo de Nefertari en Abu Simbel, Nubia.

Ramsés II tenía buenas razones para mantener sujeta a la tierra de Nubia, pues de allí procedía el oro, necesario para financiar el gigantesco ejército egipcio y las grandes construcciones del faraón. Para los egipcios, Nubia era el país del oro, ya que allí se encontraban las minas más ricas de este metal, sobre todo en Kush, la Alta Nubia.
Para fortalecer su control sobre el territorio de Nubia, los egipcios trasladaban a los hijos de la aristocracia nubia a la corte de Tebas, donde eran educados en la cultura egipcia; después, regresaban a su país de origen siendo fieles al faraón y entusiastas defensores del Estado egipcio.
Esto era solo una parte del proceso de aculturación al que nos hemos referido anteriormente, cuyo objetivo era afianzar el poder del faraón en los territorios del Sur y proporcionar un beneficio al reino de Egipto gracias a los intercambios comerciales y la obtención de materias primas, entre ellas el oro.

                            Nubios.

Sin embargo, los días de gloria de Egipto estaban contados; la XX dinastía (1192-1075) hubo de hacer frente a las terribles convulsiones que tuvieron lugar en el Mediterráneo Oriental y la autoridad del faraón menguó considerablemente. Toda la estructura política y diplomática del Próximo Oriente se estaba viniendo abajo y un mundo nuevo pugnaba por surgir de las ruinas del anterior. Desaparecido el Imperio Hitita y destruidos la mayor parte de los puertos comerciales de Siria, Egipto experimentó una crisis que, aunque no llegó a aniquilar al Estado, sí que rompió la unidad del reino. Durante la XXII dinastía los libios dominaron el delta del Nilo y establecen la capital de su reino en Tanis; en el Sur, el poder permaneció en manos de los antiguos virreyes, que mantuvieron la capital en Tebas.
Por aquel tiempo, en la Alta Nubia, se había ido fortaleciendo un reino independiente en Napata; y ahora, aprovechando la extrema debilidad de Egipto, el rey Piankhi, tras una serie de campañas militares, llegó hasta el delta, fundando la XXV dinastía, conocida también como dinastía Kushita. Varios reyes nubios se sucedieron en el trono de Egipto entre 747 y 657 a. C., pero finalmente fueron expulsados por la invasión de los asirios. Entre estos monarcas destaca Taharqa (690-664), que tuvo que hacer frente a varias campañas militares del rey Asarhaddón de Asiria. En 671 a. C. Menfis fue saqueada por los asirios. Años después, fue el rey Assurbanipal quien invadió de nuevo Egipto y derrotó a Taharqa, quien hubo de resignarse a retroceder definitivamente a Tebas

Taharqa ante los dioses Amón y Mut.


La XXV dinastía o dinastía Kushita estuvo compuesta de los siguientes faraones:

Piankhi Menkheperra (747-716 a. C.)
Shabaka Neferkara (716-702 a. C.)
Shabataka Djedkaura (702-690 a. C.)
Taharqa Khunefertemra (690-664 a. C.)
Tanutamón Bakara (664-657 a. C.)

El último de los reyes de Napata que tuvo algún control sobre el Alto Egipto fue Tanutamón (664-657). Aquellos reyes nubios, profundamente influidos por la civilización egipcia, hicieron todo lo posible por imitar a los antiguos faraones, entre los cuales deseaban incluirse. Desde tiempos de Kashta (760-747 a. C.), los reyes nubios abandonaron la antigua costumbre de enterrarse en túmulos, y a la manera de los faraones del Imperio Antiguo, lo hicieron en pirámides. Kashta, Piankhi y los primeros reyes se enterraron en un lugar cercano a la localidad de el Kurru, en el actual Sudán.

Plano de las tumbas de el Kurru, Napata, Nubia.

En el Kurru también se encuentran las tumbas de las esposas de los reyes de Napata. Dos esposas de Piankhi estaban allí enterradas, Khensa y Tabiry; también yacían Naparye, esposa de Taharqa y Qalhata, esposa de Shabataka y madre de Tanutamon.

                     Pintura mural de la tumba de Qalhata, donde se representa a la reina.

Un detalle sorprendente es que los reyes de Napata enterraron en el Kurru a sus caballos más apreciados; Shabataka construyó sendas tumbas para cuatro de sus caballos y Piankhi, Shabaka y Tanutamon dos cada uno.

Pirámide de el Kurru, Napata, Nubia.


Después, a partir del rey Taharqa, los enterramientos se hicieron en Nuri, en la otra orilla del Nilo, a unos kilómetros al Nordeste de Napata. Cuando el rey Taharqa murió en 664 a. C. luchando con los asirios, no fue enterrado en el Kurru como sus antecesores, sino que fue llevado a Nuri. Sin embargo, su sucesor, Tanutamón sí fue enterrado en el Kurru, siendo el último rey de Napata que construyó una pirámide en este lugar.

Nubia durante la XXV dinastía.

En Nuri se construyeron 74 pirámides, veinte para enterrar a reyes y cincuenta para reinas. Imitan a las pirámides egipcias, pero son distintas, pues la proporción entre la altura y la base es diferente. Esta necrópolis real siguió utilizándose cuando la capital fue trasladada a Meroe como consecuencia de la destrucción de Napata por el faraón Pasamético II en 592 a. C.


                     Pirámide de Nuri.

Los reyes de Napata fueron semejantes en muchas cosas a los faraones de las XVIII y XIX dinastías, durante el Imperio Nuevo. Como aquellos, eran reyes guerreros, como pone en evidencia el hecho de que apreciasen sobre todas las cosas a sus caballos de guerra y se enterrasen junto a ellos. Iban a la batalla al frente de su ejército, como hubiese hecho Tutmosis III en otro tiempo. Lucharon obstinadamente por mantener todo Egipto en su poder y contra la gran potencia militar de su época, Asiria. El gran faraón Taharqa prácticamente no tuvo descanso, combatió valientemente contra Asarhaddón y Assurbanipal, reyes asirios; su imagen se acerca en cierto modo a la de Ramsés II.

                                    El rey nubio Taharqa

Sin embargo, los faraones nubios también se distinguieron por comenzar una nueva tendencia que sería compartida por la XXVI dinastía, conocida como Saíta. Las nuevas formas consistían en general en imitar los tiempos del Imperio Antiguo, la época que ellos consideraban más gloriosa de la Historia de Egipto. Era un deseo de retornar a la grandeza perdida recordando el pasado de alguna forma. Por otra parte, los reyes nubios, con esta actitud pretendían legitimarse como auténticos faraones de Egipto, y no como dominadores extranjeros.
Una muestra inequívoca de la vitalidad del reino de Napata es que aunque en 671 a. C. el rey Taharqa se vio obligado a huir ante el rey asirio Asarhaddón, abandonando Menfis para refugiarse en el Sur, en la ciudad de Tebas, poco después, cuando Asarhaddón salió de Egipto, Taharqa regresó con su ejercito y se ganó el apoyo de los príncipes títeres que habían colocado los asirios en el Delta del Nilo, entre ellos Necao I.
Sin embargo, en la primera mitad del Siglo VII Asiria era una potencia colosal que jamás permitiría que se le arrebatasen territorios sometidos. El Bajo Egipto era uno de estos territorios, además de ser un país rico y de gran importancia para el control del Próximo Oriente, ya que era imposible mantener la paz en Palestina sin haber sometido previamente el Delta . La revancha no pudo tomarla Asarhaddón, porque falleció en 669 a. C. cuando emprendía una nueva expedición al Delta; lo hizo su sucesor, Assurbanipal (669- 630 a. C.), que al comienzo de su reinado emprendió una nueva expedición militar contra el Bajo Egipto. Tras derrotar a Taharqa, Assurbanipal intentó dirigirse hacia Tebas, donde se había refugiado de nuevo el rey nubio, pero las dificultades de la empresa y las dudas sobre la fidelidad de los príncipes egipcios, le hicieron abandonar la idea. Poco después, en 664 a. C. murió Taharqa, el rey faraón más poderoso de la XXV dinastía.

                         Asurbanipal, rey de Asiria.

Pero, como hemos dicho, el deseo de los reyes de Napata de ser reconocidos como faraones de todo Egipto era muy grande. Así, el sucesor de Taharqa, Tanutamón, intentó recuperar el Bajo Egipto, fracasando en la empresa. En respuesta, Asurbanipal retomó el proyecto de llegar con su ejército hasta Tebas, capital del Alto Egipto, que fue saqueada en 661 a. C.
Tanutamón huyó de Tebas, ciudad a la que nunca regresarían los reyes nubios. Se refugió en Napata y renunció definitivamente al título de faraón de Egipto.

Tumba de Tanutamón en el Kurru.

Los sucesores de Tanutamón fueron despreocupándose poco a poco de los asuntos de Egipto. Continuaron residiendo en Napata hasta los tiempos del rey Aspelta (593-568 a. C.) y sus intereses estuvieron centrados en mantener unido todo el territorio de Nubia.
Por otra parte, en el Delta del Nilo se estaban produciendo en aquel tiempo acontecimientos de gran importancia; el Imperio Asirio, agotado, era ya incapaz de mantener bajo su tutela a los príncipes del Bajo Egipto; un linaje de reyes intentó con éxito la unificación del Delta. Psamético I y sus sucesores hicieron una política inteligente con respecto a la decadente Asiria y, a pesar de las dificultades, se sacudieron el yugo de los invasores y emprendieron la enorme tarea de conquistar el Alto Egipto y unificar de nuevo todo el reino. Por primera vez en la Historia del país del Nilo el Norte era quien llevaba la iniciativa y conquistaba el Sur; lejos estaban los tiempos en que los príncipes de Tebas sometían una y otra vez el Delta; esto nos da una idea de lo mucho que habían cambiado las cosas, de la gran debilidad del Alto Egipto y de la inexorable pendiente por la que descendía la civilización Egipcia, a la cual le quedaban poco más de dos siglos de existencia.
En 592 a. C., Psamético II pasó la 1ª catarata con un ejército de mercenarios libios y griegos, llegó hasta Napata y la destruyó; la Baja Nubia volvió a estar durante unos años de nuevo en manos de Egipto, como en tiempos de Tutmosis III.
Los reyes nubios abandonaron la antigua capital para siempre, aunque los egipcios se vieron obligados a retirarse al poco tiempo, y se establecieron en Meroe, cerca de la 6ª catarata. Napata quedó reducida a ciudad santuario y lugar donde se siguieron enterrando los reyes, en la nueva necrópolis de Nuri. El nuevo reino de Meroe perduró hasta el Siglo IV d. C. en que fue destruido por los etíopes de Aksum.