sábado, 29 de marzo de 2014

LEJANO OCCIDENTE. IV

El hombre que más empeño puso en encontrar la ciudad de Tartessos fue el arqueólogo alemán Adolf Schulten. Durante años estuvo buscando de manera obsesiva la legendaria ciudad en la desembocadura del Guadalquivir, sin encontrarla. Escribió algunas obras defendiendo sus tesis sobre Tartessos, pero todo ello basado en demasiadas conjeturas y escasísimas pruebas.
Schulten afirmaba que la ciudad de Tartessos existió realmente y fue una gran urbe que poseía un alto nivel cultural u urbanístico, además de una fabulosa riqueza. Daba por entendido que el reino de Tartessos prosperó desde finales del segundo milenio hasta el Siglo VI a. C. Por supuesto que según él la monarquía tartésica fue una institución que extendió su poder en el valle del Guadalquivir durante siglos. Todo ello argumentaba Schulten basándose en los textos de los escritores antiguos de Grecia y Roma. Por desgracia jamás encontró nada que se pareciese a un asentamiento de mediano tamaño. Encontró algunos restos de época romana, pero no mucho más; sin embargo, defendió sus posiciones hasta el final, manteniendo viva la idea de una alta civilización del extremo Occidente en tiempos en que Atenas era una población todavía sin importancia y Roma aún no había sido fundada.
Su argumento principal fue que los tartesios eran el mismo pueblo que los etruscos o tirsenos, resaltando la semejanza entre ambos vocablos. Según Schulten, tartesios y tirsenos no eran otros que los turush, uno de los "pueblos del mar" a los que se refieren los textos egipcios de finales del segundo milenio, que en compañía de otras gentes del Egeo y Anatolia destruyeron el Imperio Hitita y la civilización Micénica. (https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/grecia-antigua )
Schulten aseguraba que aquellos turush, tras largas correrías por el Mediterráneo Oriental, emigraron a la parte Occidental de este mar; un grupo se estableció en Toscana, dando lugar a la civilización etrusca, y otro se estableció en la desembocadura del Guadalquivir, dando lugar a la civilización tartésica.
                             El arqueólogo alemán Adolf Schulten.
El objetivo de Schulten era mezclar la importancia de los mitos antiguos con datos arqueológicos verificables con el fin de construir una Historia de Tartessos digna de confianza; pero no lo consiguió, porque como hemos dicho su apasionada búsqueda por el Bajo Guadalquivir no obtuvo resultados. A Schulten no le quedó más remedio que inclinar la balanza hacia el lado de los textos antiguos, donde el creía que se encontraban recuerdos desdibujados de aquella, según él, grandiosa civilización.
En los Diálogos de Platón creyó ver reflejada una imagen de Tartessos, en concreto en los titulados Timeo y Kritias. El segundo de estos libros dice lo siguiente:
"Habían acumulado los reyes de la Atlántida riquezas en tal cantidad, que seguramente nunca antes de ellos, una casa real las poseyó en número tan grande ni las poseerá fácilmente en el porvenir. Disponían de todo aquello que la ciudad y los campos eran capaces de producir. Pues aunque era mucho lo que recibían del exterior, merced a su imperio, la mayor parte de los productos necesarios para la vida los suministraba la isla por sí sola. En primer lugar, todos los metales duros y maleables que se pueden extraer de las minas y, entre ellos, aquel que en la actualidad sólo de nombre se conoce: el oricalco (literalmente, cobre de montaña). Existía entonces, además del nombre, la substancia propia de este metal, que se extraía de la tierra en muchos lugares de la isla y que después del oro, era el metal más apreciado en aquel tiempo."
Según Schulten, los datos de este pasaje se amoldan a la estampa de Tartessos, pues la fuente principal de su riqueza eran los metales, el oro, la plata y un bronce peculiar que Pausanias conoció en el tesoro de Mirón de Olimpia con el nombre de tartéssios chalkós.
El arqueólogo alemán encontró muchas coincidencias entre la Atlántida descrita por Platón y la idea que él tenía de la ciudad y el reino de Tartessos; algunas tan peregrinas como el hecho de que en la capital de la Atlántida había dos pozos, exactamente igual que en la Cádiz histórica. Al final imagina que la civilización tartésica desaparece como consecuencia de una guerra con Cartago; muertos o desaparecidos los tartesios/ atlantes, solo quedaron sus súbditos, los turdetanos.
Tanta imaginación inclina un tanto a la sonrisa; aunque es posible que Schulten no se equivocase en todo, pues es bastante probable que a mediados del Siglo VI a. C., Cartago, viéndose heredera del imperio marítimo de Tiro, llevase a cabo una feroz campaña bélica para tomar el control de las minas de Sierra Morena y las rutas del Atlántico. Aunque quizás nunca lleguemos a saberlo con certeza, es posible que el rey Argantonio fuese el último monarca de un Estado denominado Tartessos, que a la sazón se extendería por todo el bajo Guadalquivir, la ría de Huelva, el Algarve portugués y la zona occidental de Sierra Morena, un territorio muy amplio.
                    Muralla tartésica de Ibros. Jaén.

Otro texto antiguo que utiliza Schulten para argumentar sus teorías es la Ora Marítima del poeta romano Rufo Festo Avieno. Se trata de un poema escrito en el Siglo IV d. C. que recoge información de antiguas navegaciones de los griegos en el Siglo VI a. C. En la Ora Marítima se afirma lo siguiente:
"Las tierras del extenso orbe se despliegan a lo largo y ancho, mientras el oleaje se derrama una y otra vez en torno al orbe terrestre. Pero allí donde el hondo mar salado se desliza procedente del océano, de tal suerte que el abismo de Nuestro Mar se despliega ampliamente, se encuentra el golfo Atlántico.
Aquí se halla la ciudad de Gadir, llamada antes Tarteso. Aquí están las Columnas del tenaz Hércules, Ábila y Calpe." 
El poema de Avieno continúa así:
 "Después sigue la prominencia de un santuario y, en lontananza, la fortaleza de Geronte, que lleva un antiguo nombre griego, pues hemos oído decir que en tiempos pasados a partir de ella se dio nombre a Gerión.
Aquí se encuentran las amplias costas del golfo travesío y desde el río Ana, ya nombrado, hasta estos territorios las naves tienen un día de trayecto. Aquí se halla la ciudadela de Gadir, ya que en la lengua de los cartagineses se llamaba Gadir a un lugar vallado. Esta misma ciudad fue denominada primero Tarteso, ciudad importante y rica en tiempos remotos".
Más adelante podemos leer lo siguiente:
Pero el río Tarteso, fluyendo desde el lago Ligustino, a campo traviesa, envuelve una isla de pleno con el curso de sus aguas. No corre adelante por un cauce único, ni es uno solo en surcar el territorio que se le ofrece al paso, pues, de hecho, por la zona en que rompe la luz del alba, se echa a las campiñas por tres cauces; en dos ocasiones, y también por dos tramos, baña el sector meridional de la ciudad."
El texto continúa así:
Por su parte, el monte Argentario se recorta sobre la laguna; así llamado en la Antigüedad a causa de su belleza, pues sus laderas brillan por la abundancia de estaño y, visto de lejos irradia más luminosidad aún a los aires, cuando el sol hiere con fuego las alturas de sus cumbres. Este mismo río, además, arrastra en sus aguas raeduras de estaño pesado y transporta este preciado mineral a la vera de las murallas."
El periplo continúa diciendo:
"A la ciudadela de Geronte y al cabo del santuario, como hemos explicado antes, los separa la salada mar por medio; y entre altos acantilados se recorta una ensenada. Junto al segundo macizo desemboca un río caudaloso. Luego se yergue el monte de los tartesios, cubierto de bosques.
Enseguida se encuentra la isla Eritía, de extensas campiñas, y en tiempos pasados, bajo jurisdicción púnica; de hecho, fueron colonos de la antigua Cartago los primeros en asentarse en ella. Un estrecho separa Eritía de la ciudadela del continente en tan sólo cinco estadios"
Con estos mimbres construyó Schulten su teoría sobre Tartessos y la gran civilización del Atlántico. Como carecía de pruebas, a pesar de haberlas buscado afanosamente durante años, dio por cierto muchas cosas que aparecían en los textos de Platón, Estrabón, Avieno y otros. También puso mucho de su propia imaginación. Esperaba encontrar los restos de una gran ciudad anterior a la aparición de las ciudades-estado del Mediterráneo, y una civilización anterior a la Micénica.
En cierto modo, Schulten pertenece a ese grupo de románticos anglosajones y franceses que cuando llegaban a España quedaban deslumbrados por su paisaje, sus gentes y su Historia; de alguna forma es un romántico que persigue una intuición, un sueño, sin llegar a alcanzarlo.
La civilización tartésica existió, pero no fue ni mucho menos lo que Schulten deseaba que fuese, no fue tan brillante, pero aún guarda grandes tesoros que ignoramos. Schulten trabajó mucho por encontrar su sueño, pero su esfuerzo no cayó totalmente en saco roto, como puede imaginarse. En su afán por describir con detalle lo que fue Tartessos, creó una imagen que adquirió una enorme fuerza, y a partir de ella se abrió paso un mito, muchos de cuyos elementos, han sido asumidos por la imaginación de las masas: la legendaria ciudad de Tartessos. El mito que erigió Schulten es tan potente, que continuamente aparece de forma más o menos velada en los escritos de los investigadores contemporáneos, en los libros de texto y la literatura, y en el imaginario del hombre común.

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