lunes, 9 de diciembre de 2013

EUROPA SIN HISTORIA

Uno de los fenómenos más curiosos de nuestro tiempo es la actitud de la sociedad europea ante su propia Historia. Es casi imposible que cualquier visitante de una ciudad europea no sea conducido hasta cualquier monumento o antiguas ruínas de la localidad. De todos los continentes, probablemente sea Europa el que posee el patrimonio histórico más extenso y mejor conservado; la inmensa mayoría de sus ciudades y pueblos remontan su origen a época prerromana, al Imperio Romano o a la Plena Edad Media. Se podría esperar que con todos estos estímulos, los europeos fuesen unos ciudadanos que conociesen bastante bien la Historia de su localidad, de su región, de su país, y en general de su continente. Pero nada de esto ocurre. Es cierto que muchos europeos, por no decir casi todos, conocen ciertos detalles y lugares comunes de su Historia; pero nada más. En general, lo que conocen son tópicos, a veces medias verdades, y la mayoría de las veces vaguedades, imágenes procedentes del cine o la televisión. Los mejor informados han bebido en las fuentes de la novela histórica, con toda su carga de dramatismo necesario.
Pero es llamativo que hay una parte de la Historia de Europa sobre la que el nivel de información cae de manera evidente. Me refiero al Siglo XX. y esto es un poco extraño, porque se trata de la etapa histórica más reciente, más cercana a nosotros. Es más, podría pensarse que en los medios de comunicación y de divulgación se pasa de puntillas por ciertos momentos de aquel siglo. Y sin embargo, los acontecimientos históricos que ha vivido Europa en el Siglo XX han sido de una importancia enorme.
A principios del Siglo XX, los Estados europeos llevaban más de cien años de desarrollo tecnológico ininterrumpido, muchos de ellos poseían economías en crecimiento rapidísimo y la población también crecía a un ritmo altísimo como consecuencia de la mejora de las condiciones de vida, sobre todo de la alimentación y la atención sanitaria.
Aquella sociedad europea de principios del Siglo XX poseía un desarrollo cultural admirable en todas las artes, y la Filosofía y la Política llevaban muchos años en una fase de creatividad sólamente comparable a la de la Grecia Clásica. Los europeos de aquel tiempo habían dominado el mundo, estaban presentes en todos los continentes, ya fuese ejerciendo un dominio político o económico. En resumidas cuentas, la civilización europea de principios del Siglo XX se encontraba en su apogeo y ante ella aparecía un horizonte brillante, de progreso sin límite, de mejoras y éxitos en todos los aspectos.
¿Qué ocurría tan solo 50 años después? El continente había sido devastado por dos guerras fraticidas; los muertos se contaban por millones. La economía estaba arruinada y el dominio comercial y financiero sobre el resto del mundo había desaparecido. Los imperios coloniales de Gran Bretaña y Francia se habían esfumado.  
¿Y qué podemos decir de la Cultura? El pensamiento se había hundido en el nihilismo, el absurdo había desplazado a la razón y el sentimiento de culpa impregnaba cualquier estructura ideológica. Políticamente hablando, el continente había quedado dividido en dos bloques; por un lado el bloque comunista con su propuesta cláramente totalitaria, por el otro, el bloque de las democracias liberales sometidas al control de Estados Unidos e infectadas de lo políticamente correcto hasta el límite de lo ridículo.
En resumidas cuentas, en menos de 50 años Europa había pasado de ser el continente líder en todos los ámbitos a ser una sociedad sin estímulos ni ambición, desesperada del progreso, vacilante entre ideologías pesimistas y totalitarias y subordinada en los planos económico, político y militar.
Lo increible es que habitualmente se pasa por alto de todo esto, no hay interés por recapacitar sobre lo que ha ocurrido, y mucho menos por encontrar soluciones a la situación a la que nos llevaron nuestras equivocaciones. Los europeos no conocen, o no quieren conocer, su Historia reciente y, por tanto, caminan a ciegas, sin rumbo.

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